Una visión optimista del trabajo en la Era Digital

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Una visión optimista del trabajo en la Era Digital
09/02/2022

El fantasma de la transformación

Cuando estalló la crisis del 2008, hacía varios años que la desigualdad en aumento era objeto de análisis, y la recesión resultante no hizo sino hacerla visible. La depresión económica logró que la gente se fijara más en el progreso tecnológico –al alza en aquel tiempo–, por lo que fue ese cambio el que acabó recibiendo la culpa de la acentuada disparidad. Ello ocasionó un temor a la automatización y sus efectos en el trabajo. Quizá no sea coincidencia que la primera rebelión contra las máquinas ocurrió en una etapa de abatimiento económico en Inglaterra, en el siglo XIX, a pesar de que la consecuente recesión económica había sido el resultado de, entre otros factores, dos conflictos bélicos. Desde entonces, el viejo temor humano por las máquinas reaparece cada cierto tiempo, sobre todo cuando coinciden cambios tecnológicos notables con depresiones económicas.

“Suele ocurrir que en las noches más oscuras es cuando creemos ver fantasmas, y, en lo más oscuro de la recesión, el fantasma de la automatización se nos presentó””.

En los albores del siglo XX el acopio de capital superó al ahorro de mano de obra. Esto originó una productividad mayor y unos salarios que superaban la rentabilidad del capital. Al iniciar el siglo XX, un grado de estudios en ascenso en Estados Unidos provocó un aumento del salario en relación al beneficio del capital, pues los empleados no calificados disminuyeron. La línea de ensamble fue otra innovación de esa época que mejoró la distribución del beneficio e hizo posible que personas con una capacitación regular fueran capaces de crear gran valor para la sociedad. En la década de 1970 esta situación se alteró, porque la naciente informática y la automatización consiguieron ahorros de mano de obra, mientras que exigían empleados con una especialización aun mayor. Así, los trabajadores más calificados eran necesarios durante los pasos para gestar e instalar el capital, mientras que los trabajadores menos aptos recibieron puestos de trabajo de menor complejidad, con sueldos menores.

“El vínculo entre cambio tecnológico y desigualdad está más que confirmado. Que afirmemos que el cambio tecnológico no va a eliminar el empleo no es lo mismo que decir que no habrá consecuencias y que no debamos prepararnos para ello””.

Los primeros robots industriales que aparecieron en el decenio de 1960 revivieron el temor del desempleo tecnológico. Conforme avanza su desarrollo, la automatización va ganando una ventaja comparativa en labores humanas, y, en consecuencia, pueden reemplazar trabajadores. Pero la inteligencia artificial actual y del futuro será más afín a códigos informáticos dedicados a hacer tareas muy definidas; por ejemplo, controlar el tráfico o traducir un escrito. No será nada parecido a un robot antropomórfico que dé servicio en una cafetería o con destrezas para solucionar problemas de manera humana. Sin embargo, los avances del big data, la inteligencia artificial y un mayor poder de cómputo empiezan a superar las habilidades de profesionales que antes parecían a salvo de la automatización.

Desigualdad

El avance tecnológico provocó disparidades laborales, ya que eliminó puestos de trabajo intermedios, e hizo que aumentaran en los rangos bajos (labores manuales) y altos (personal cualificado). Este fenómeno es más notorio en las naciones con organismos del trabajo laxos. Desde hace tres décadas, la proporción entre la renta que perciben los trabajadores y los beneficios totales ha descendido en casi todo el mundo. Aunque la automatización y la desigualdad parecen ser responsables de ello, no pueden olvidarse otros factores: una mayor carga de la adquisición inmobiliaria, un aumento de las ganancias empresariales (sobre todo de las grandes compañías) e inclusive que las máquinas de hoy en día deben reemplazarse con mayor frecuencia, es decir, se amortizan en menos tiempo, y son requeridos mayores gastos en programas informáticos.

“Hay una regla para el industrial y es ésta: busca la mejor calidad posible en los productos al menor coste posible, pagando los salarios más altos posible”. ( – Henry Ford) ”

Es notable el aumento del empleo por subcontratación, que conlleva la transferencia de algunas funciones a una compañía externa. En Estados Unidos esta clase de trabajadores pasó de ser un 10% a superar un 15% entre el 2005 y el 2015. Con esta modalidad de contratación, las empresas intentan aminorar los riesgos de una organización jerarquizada y con escasa flexibilidad. Además del empleo por subcontratación (“outsourcing”), las empresas recurren al envío de la producción a otras naciones (“offshoring”), que les permite retener la mayor proporción del valor agregado de un producto, mientras que el país maquilador obtiene la menor parte. Por ejemplo, de un iPhone, Estados Unidos retiene un 60% de beneficios, en comparación con un 5% que permanece en China. Con la externalización las empresas buscan eliminar riesgos y limitaciones laborales. Como resultado de la externalización, las compañías se especializan cada día más y, a su vez, esto deriva en la necesidad de reclutar trabajadores más cualificados. El punto negativo de esto es que los nuevos puestos de trabajo se consiguen a expensas de una menor seguridad y estabilidad para los empleados. Por otra parte, aumenta la inequidad salarial, puesto que habrá empresas que pagarán salarios generosos y otras compañías con remuneraciones bajas (las que contratan con condiciones más precarias).

Claroscuros del futuro

En los años venideros habrá un mayor riesgo de sustitución para los trabajadores menos instruidos. Las actividades intelectuales (abogacía, arte, medicina y traducción, entre otros) tienen menos probabilidades de ser reemplazadas. Para conseguir un buen trabajo, las personas deben fomentar habilidades que las máquinas no tengan: “la originalidad, la fluidez de ideas, el razonamiento deductivo, la sensibilidad al problema y el razonamiento”; es decir, apropiadas para tareas que exigen habilidades sociales. En contraste, serán menos cotizadas las habilidades motrices, para elegir objetos y de visión. Los economistas Carl Benedikt Frey y Michael Osborne concluyeron que el 47% de los empleos en el comercio y los servicios tienen altas probabilidades de ser reemplazados por máquinas dentro de dos décadas. Sin embargo, otros investigadores opinan que el riesgo alto de ser reemplazados por máquinas es solo para un 10% de los trabajadores. Esta diferencia de resultados puede explicarse porque todos los empleados realizan distintas actividades en su trabajo. La automatización puede hacerse cargo de algunas tareas, pero no siempre de su totalidad.

“La revolución industrial, tal y como ocurrió, no hubiera sido posible sin un aumento de la mano de obra disponible que de repente podía ser usada para actividades productivas para las que antes estaba vetada””.

Hay motivos para tener esperanza en el futuro, ya que las máquinas asumirán algunas funciones, pero no todas. Además, las labores que asuman los programas informáticos (en particular la inteligencia artificial) serán adicionales a las que ejecuten los trabajadores y mejorarán la productividad. Por otra parte, los cambios que sufrirá el sistema productivo provocarán una diminución de plazas laborales en algunos sectores y aumentos en otros. Enrico Moretti alega que la automatización crea 4,9 puestos de trabajo por cada uno que elimina. Algunas evaluaciones indican que la implementación de innovaciones tecnológicas, en especial la inteligencia artificial, aumentará el PIB global en por lo menos 16 billones de dólares hacia el 2030. Dos terceras partes de ese incremento serán el efecto de consumo, y la restante tercera parte se deberá a una mejorada productividad laboral.

“El peligro del pasado era ser esclavos, el del futuro, ser robots””. ( – Erich Fromm, psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista)

En los pasados decenios la densidad de algunas empresas ha aumentado y esto ha ocasionado una competencia debilitada. Las compañías preponderantes atraen más beneficios y esto les da la posibilidad de ofrecer a sus trabajadores mejores remuneraciones que sus rivales de menor tamaño. Así ganan ventaja para reclutar a los profesionales mejor cualificados, lo que redituará en una productividad más elevada y mayores beneficios para la empresa. A pesar de ello, en las relaciones laborales las grandes empresas tienen la ventaja, y pueden valerse de su dominio para someter a los trabajadores a labores mal retribuidas y en empleos con poca seguridad.
Las plataformas digitales

Una plataforma funciona como un nexo entre los “proveedores” (que pueden ser trabajadores independientes o empresas) y los clientes que tendrán la intención de pagar por un servicio. Plataformas de este tipo generan relaciones laborales que hacen invisible a los trabajadores, merman su protección social y los obliga a laborar a bajos costos (un 45% menos que los trabajadores por nómina), para lograr un modelo de negocio redituable. Además, las plataformas desvían los riesgos a los proveedores, quienes sufren por consiguiente los efectos adversos en su equilibrio profesional y económico. Hoy día, las plataformas digitales son motivo de disputas por los derechos de los trabajadores. En el 2017 la Unión Europea dictaminó que Uber debía trabajar con permisos de taxis (debido a que es una compañía de traslado y no un mediador entre pasajeros), y que la fuerza de trabajo de Deliveroo son sus empleados por una obvia subordinación laboral.

“El acceso a las nuevas tecnologías es costoso, no sólo en términos monetarios, sino especialmente en el aprendizaje que éstas conllevan””.

La externalización puede ser favorable pues promueve una competencia más amplia, aunque provoca una atomización que deriva en mayor precarización laboral. Aun así, estas plataformas permiten un medio de ingreso a personas excluidas de la sociedad, con restricciones de horario o a quienes no pueden trasladarse. Los empleos creados en modalidades que permiten la precarización deben recibir una atención de los funcionarios que influyen en las leyes laborales. No conviene imponer políticas que limiten el avance de las plataformas, pero debe buscarse un balance para alcanzar un beneficio general y “estándares mínimos sociales” que den seguridad a la fuerza laboral.

Desafíos para el porvenir

Desde el decenio de 1980, el triunfo profesional ha estado relacionado con carreras universitarias relacionadas con ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, que han sustentado el progreso tecnológico actual y seguirán siendo relevantes en el trabajo en los años venideros. No obstante, las habilidades sociales irán ganando relevancia en los procesos de reclutamiento de personal. En este sentido, según Google, son importantes elementos como tener aptitudes como instructor y habilidades de comunicación, oír a su equipo, lograr empatía, tener una mentalidad crítica, capacidad para resolver problemas y la capacidad para “construir ideas complejas”.

“La invención de la prensa de vapor puede considerarse como el inicio del verdadero capitalismo. El consumo recibía su impulso definitivo””.

Las regulaciones en materia de trabajo, como la desigualdad en costos para despedir empleados de plantilla permanente y temporal, o la carencia de una norma legal para esclarecer los motivos de despido, obligan a las compañías a “asumir riesgos innecesarios” cada vez que conceden contratos permanentes de trabajo. Además de estandarizar las normas laborales, es necesario reforzar el combate al fraude. La inteligencia artificial podría ser útil en este aspecto, ya que podría rastrear prácticas empresariales tramposas.

En las décadas recientes se ha abatido la brecha salarial entre hombres y mujeres. Esto puede ser el efecto de un mayor número de mujeres universitarias, de su descargo de los quehaceres hogareños y una menor tasa de fertilidad. Pero las mujeres fueron las mayores víctimas de la polarización, puesto que ellas fueron sustituidas en mayor número por las máquinas, y esto ocasionó que la proporción de mujeres aumentara en trabajos que requieren una mayor cualificación. Las mujeres aun son discriminadas en los estudios superiores, por lo que las oportunidades para ellas serán menores en “nuevos sectores” y en trabajos tecnológicos. Esto aumentará la brecha salarial por género.

“Finalmente, un buen sistema educativo que nos prepare para el futuro es, además, un antídoto contra la desigualdad que al parecer provoca el cambio tecnológico””.

Además de cambios necesarios en materia educativa, adopción de tecnología empresarial y normativas, hay quienes sugieren solucionar las consecuencias negativas de la desigualdad por medio de una “renta básica universal (RBU)”. A pesar del beneficio que una RBU supone para un 80% de la población, el principal reproche a esta medida está relacionado con su subvención. Otros creen que la gente no aprecia el dinero concedido igual que el que se gana; sin embargo, los experimentos de salarios básicos en Canadá, Finlandia, India y Kenya demostraron que, una vez que una familia deja de sentir las limitaciones financieras, sus hijos van más a la escuela y se incrementa el emprendimiento.

Evitar la inacción

En el momento actual se desarrolla la cuarta revolución industrial, que está obrando una transformación nunca antes vista en los métodos de producción, cómo se vinculan los individuos o cómo se genera el conocimiento. La nueva oleada de automatización provocará cambios profundos en el mercado laboral, pero la hecatombe del trabajo que muchos predicen será a la larga solo una transformación en las labores de los trabajadores. Sin embargo, esto no descarta que algunos empleos no vayan a sufrir efectos adversos, y la disparidad de salarios seguirá su marcha. Los desafíos para los años venideros urgen a replantear los sistemas educativos. Las naciones se adaptarán a los avances tecnológicos en la medida que sus habitantes sean flexibles, activos y se adapten a aprender ininterrumpidamente. Para los trabajadores que no puedan ajustarse a los cambios serán necesarias políticas para resarcirlos y darles seguridad.

“ No son pocos los estudios que afirman que los nuevos mercados, en particular los digitales o los vinculados estrechamente a ellos, fomentan la concentración en pocas empresas de la oferta productiva””.

El economista John Maynard Keynes planteó al inicio de la depresión (1930) que la tecnología eliminaría trabajadores. Pero ese vaticinio, así como el de otros economistas del pasado y del presente, fue equivocado. En la gran recesión, Franklin D. Roosevelt, el entonces presidente de Estados Unidos, sentenció: “sólo hay que tener miedo al miedo mismo”. En una nación estropeada por una de las peores recesiones, era menester evitar la inmovilidad. El antídoto al temor era la acción para regresar al país a la senda del crecimiento. Ahora las sombras de temor de Keynes vuelven a mostrarse ante la gente. Este temor es injustificado. No hay argumentos concluyentes para pensar en un desempleo en los años venideros. No hay que temer a las máquinas, sino a la inacción.